En noviembre de 2008 el entonces presidente de Volkswagen, Martin Winterkorn, presentó un nuevo plan estratégico para la siguiente década. Era el año inaugural de la conocida después como «Gran Recesión», una epidemia que se había extendido por EE.UU. y Europa, pero que apenas había dejado huella en la cuenta de resultados del gigante automovilístico de Wolfsburgo (Alemania). En aquel ejercicio obtuvo un beneficio de 4.753 millones de euros, un 15,4% más que doce meses atrás. Para Winterkorn, sin embargo, la solidez del negocio de VW no resultaba suficiente. «Hemos tenido tres años fuertes», reconoció. «Puede que os haga sentir bien, pero tenemos que mantener la concentración».
Winterkorn se había marcado como objetivo no solo encumbrar Volkswagen en el primer puesto del «ranking» mundial de fabricantes, superando a GM y Toyota. La apuesta era más abstracta, más compleja. Quería hacer del grupo alemán un coloso, la quintaesencia del éxito en el sector del motor. En 2018, si el plan se aplicaba correctamente, Volkswagen se convertiría en la compañía de automóviles «más rentable, fascinante y sostenible del mundo».
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